"INTENTO RECOPILAR LOS LUGARES DEL MÉXICO EN QUE VIVIERON LOS ABUELOS Y DONDE NACIERON TODOS SUS HIJOS. UN PEQUEÑO HOMENAJE, A AQUÉL GÜAJE QUE EMBARCO CON TAN SOLO CATORCE AÑOS"
miércoles, 23 de mayo de 2012
EL VIRREINATO
En 1527, se constituyó la Real Audiencia de México y en 1535, un Virreinato, cuando llegó el primer Virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza. El estilo de vida impuesto por los sucesivos virreyes era ostentoso; se hacían grandes fiestas para conmemorar hechos de importancia o simplemente por gusto, se construían casas señoriales, como las del marqués del Valle, se imprimían libros, se levantaban iglesias imponentes... El siglo XVI se caracteriza por la ambición y el derroche, que provocaba continuas conspiraciones en la clase dirigente y que culminaban con hechos sangrientos, como el de 1566, que costó la vida a Alonso de Ávila, cuya cabeza fue cortada y exhibida, y su casa, construida sobre el antiguo Templo Mayor de los indios, destruida hasta los cimientos.
El paseo colonial de la Alameda era escenario de juicios públicos que resultaban fascinantes a la población. En estos años, el agua que consumía la ciudad debía ser traída de Chapultepec y más tarde de Santa Fe, a 20 km., cuando paradójicamente era asediada por las inundaciones. En 1629, lluvias abundantes provocaron una gran inundación que para 1635 se calcula que provocó la muerte a 30.000 indígenas, sea por hambre, por enfermedad o por tristeza.
La ciudad quedó sumida en la pobreza y muchos se fueron hacia el norte. En 1645, la ciudad retomó su reconstrucción con un nuevo empuje. Se prosiguieron y finalizaron construcciones en las iglesias, como la cúpula del convento de la Concepción y la Catedral. Se restablecieron las clases en la Universidad, el teatro, el trabajo de los herreros y comerciantes establecidos en la Plaza Mayor y los puestos de hierbas y frutas de los indios.
El Palacio Real era hogar de virreyes y hasta de algunas autoridades eclesiásticas. La ciudad se dividía en barrios y parroquias, bien diferenciados aquellos de los españoles y criollos con los de los indios, al igual que las escuelas y hospitales. La vida de la ciudad orientada a la religión dio origen a la construcción de enormes conventos, entre los que destacan el de San Francisco, enorme y complejo, el de Santo Domingo y el de la Concepción. Hacia finales del siglo, fue la sequía que azotó a la ciudad y provocó escasez de alimentos que en 1692 dio lugar a un motín en el que se incendió el Palacio virreinal. Ya en el siglo XVIII, nuevos impulsos reconstructivos dieron lugar a construcciones que abandonaron la sencillez de siglos anteriores. Lo que hoy conocemos como Centro Histórico tomó su aspecto actual e iglesias y palacios adoptaron estilos más recargados, mezclas de ideas europeas con arte indígena.
Son ejemplos de ello el templo del convento de San Francisco, de 1716, y el lujoso templo de Santo Domingo, de 1736. La ciudad crecía, el aumento de la población aumentaba también la miseria y en la mezcla de clases los más pudientes buscaban destacarse consiguiendo cargos públicos, comprando títulos de nobleza y construyendo casas suntuosas, como la "Casa de los Azulejos", de los marqueses del Valle, el Palacio de los Condes de Santiago o la gigantesca casa de don José de la Borda. Durante el gobierno del virrey marqués de Casa Fuerte se construyó la Casa de la Moneda, junto al Palacio Virreinal, se edificó la Aduana y se amplió la Alameda. En las calles, el aumento de carruajes provocaba la acumulación de excrementos y suciedad de todo tipo y el ambiente social declinaba lamentablemente, con la proliferación de los juegos de azar incluso hasta en casa de algunos eclesiásticos y la vida no muy santa en ciertos conventos.
Las lujosas construcciones contrastaban enormemente con la pobreza y mendicidad, sobre todo de los indígenas, en las calles. Hacia la segunda mitad del siglo XVIII, la llegada de Carlos III a la corona de España impuso cambios a la capital virreinal. Estos cambios tendían a mejorar la salubridad de las calles, a una economía en la construcción y un saneamiento impositivo, acompañados de un desarrollo de la industria, que provocó el surgimiento de barrios periféricos en torno a las fábricas. Bajo el gobierno del virrey Vicente Güemez Pacheco y Padilla, la ciudad se dotó de alumbrado público, el Palacio Real dejó de ser un mercado y se prohibió la presencia de animales de corral en las calles.
El comercio ambulante se confinó a los mercados de Volador y del Factor. Estas modificaciones dieron como resultado el descubrimiento de la Piedra del Sol, en 1791. El orden imperaba en la ciudad, con su trazado cuadricular, y en esta época se la comenzó a llamar "Ciudad de los Palacios". La ciudad de México contaba con 130.000 habitantes y las diferencias entre ricos y pobres eran cada vez más acentuadas. El descontento general no tardó en tomar forma de guerrilla en el interior del país.
Fuente visitada. mundocity.com
Muy interesante. Gracias.
ResponderEliminarUn saludo.