miércoles, 4 de mayo de 2011

PLAZA HIDALGO-COYOACÁN


Describir el atractivo, populoso y colonial barrio de Coyoacán, el lugar más festivo y jovial de la Ciudad de México, no es tarea fácil. Su apacible, poética e inspiradora apariencia durante el transcurso de la semana, hace contraste con el abigarrado ambiente de sábados, domingos y días festivos en su plaza Hidalgo y Centenario.

Al caminar por el antiguo atrio y camposanto del tempo de San Juan Bautista encontramos al frente una sencilla cruz atrial; a la izquierda una gran estatura del cura Miguel Hidalgo, y en su parte posterior la interesante escultura labrada sobre un tronco de árbol llamadaLa Familiade Antonio Álvarez Portugal y Josué. A un lado está el quiosco, siempre rodeado de palomas.

Al cruzar la calle de Carrillo Puerto, que divide el atrio en dos, se encuentra la bullente fuente de Los Coyotes. La plaza está flanqueada al norte por el edificio que alberga la sede delegacional del Distrito Federal(mal llamado Palacio de Cortés, ya que es posterior a la época colonial y nunca vivió allí el conquistador); al sur, por la imponente construcción del templo de San Juan Bautista; al poniente, por los restos de su portada atrial en piedra labrada, justo enfrente de la calle de Francisco Sosa, donde en medio de gran profusión de postes se esconde la interesante fachada de la casa de Diego de Ordaz.

Miles de paseantes provenientes de todos los rumbos de la ciudad, ávidos de distracción, se reúnen los fines de semana en esta gran plaza para gozar de su sano ambiente. Para reír con Moi, Ramón, Pedro y Gabo, bromistas y atrevidos mimos; para jugar con el simpático Miko; o para aclarar dudas amorosas con “El Pollo”, hábil y meloso quiromántico que compite con “Chispita” y “Estrellita”, amaestrados pajaritos, lejanos parientes de elegantes canarios.
También puede ocurrir que nos encontremos con las mecánicas estatuas vivientes; que decidamos escuchar a los narradores orales de la pequeña plaza de Santa Catarina, o simplemente visitar el Mundo Subacuático, y a través de él sumergirnos en lejanos mares y admirar su colorida fauna.

Nutrida concurrencia hace una rueda para ver y escuchar a los folclóricos y ruidosos grupos que interpretan la vernácula, típica y evocadora música mexicana; la rítmica y aflautada sudamericana; el chispeante y sincopado jazz; los atronadores y emplumados danzantes indígenas; además de los sonoros conciertos que diferentes bandas musicales entonan desde el quiosco. Como lejano fondo a este heterogéneo concierto musical, resuena constante el nostálgico y desafinado organillo callejero, destinado a desaparecer.
Mientras el espacio mágico se inunda de agradables ecos, los complacientes padres de familia recorren con tranquilidad el jardín, quienes urgidos por sus pequeños hijos, adquieren los volátiles y multicolores globos, los giradores y mareados rehiletes, el líquido para fabricar iridiscentes burbujas, o los variados atractivos y nostálgicos juguetes de madera y hoja de lata.
En estos jardines de Coyoacán también podemos adquirir artesanías; comprar los abalorios de chaquira y las muñequitas de trapo que confeccionan diestras manos indígenas; encontrar, en la librería de la plaza, el libro o el disco más reciente, y observar la asombrosa habilidad de los pintores del spray. Junto a la capilla abierta del antiguo templo dominico-franciscano, se exhiben algunas vistosas pinturas, paisajes que oscilan entre arte y artesanía.

A muchos visitantes no les molesta formar una fila con tal de poder saborear las deliciosas nieves y helados o las refrescantes aguas -hechas de jugosas frutas de la estación- que se expenden en las cada vez más numerosas neverías. Algunos prefieren comprar el caldocito esquite y los quemados elotes asados o cocidos, aderezados con crema, mayonesa, jugo de limón, queso rallado, chile en polvo y sal. A otros les gustan más las tradicionales gorditas de la Villa, envueltas en colorido papel de china, Las sabrosas alegrías, aglutinadas con miel de abeja y asperjadas con nueces y pasitas; las obleas de harina, con el exquisito sabor que les da miel y las pepitas de calabaza, o los ligeros, multicolores y cada más pequeños algodones de azúcar.
En Coyoacán hay varios restaurantes y cafeterías para todos los gustos. Unos son medio callejeros, otros se encuentran en antiguas construcciones que han sido remodeladas para tal fin, como el conocido restaurante situado en el lugar que ocupó hace muchos años el histórico cine Centenario. La mayoría de estos sitios son bastante concurridos por intelectuales, turistas nacionales y extranjeros, y por los capitalinos.

Abundan las taquerías y torterías, donde se sirven sabrosas y delgadas flautas, gordas tortas compuestas, pambazos enchilados y refrescante tepache. Rebulle, al atardecer, en el arranque de la calle de la Higuera, el mercadito de fritangas con su gran variedad de quesadillas —que no son sólo de queso—, sopes, tostadas, pozoles y tamales; son de admirar los humanoides o animalescoshot cakesque Rogelio diseña artísticamente al gusto del comensal.
Para aquellos que prefieren tomar un trago y cultivar la amistad, qué mejor que visitar la famosa cantina ubicada en agradable vecindad. Ruidosa, siempre rebosante de parroquianos, donde el Chido -chirriante y anecdótico bolero- hace malabares con las copas para ganarse un merecido trago. En este lugar se dice y se asegura que: “En Coyoacán, todos los Coyotes somos Guadalupanos”.

En esta zona sur de la Ciudad de México existen diferentes centros culturales donde se puede escuchar música, disfrutar de una exposición de arte, ver obras de teatro o asistir a talleres literarios. Entre los más conocidos se encuentran el Foro Coyoacanense, la Casa de la Cultura Reyes Heroles, el Centro Cultural Italiano, el Museo de Culturas Populares, el Museo de las Intervenciones, el Museo de la Acuarela, el Museo Frida Kahlo, Anahuacalli y el Museo León Trotsky. El Centro de Arte Dramático (cadac), la Escuela de Música, Danza y Pintura “Los Talleres”. El teatro Santa Catarina, el foro de la Conchita, el teatro Coyoacán, el teatro Usigli y la Casa de la Cultura de Veracruz.
El extenso parque conocido como Los Viveros es uno de los más atractivos pulmones de la ciudad donde se pueden adquirir todo tipo de árboles, plantas y flores, realizar diferentes actividades deportivas, practicar yoga o pases taurinos, meditar, respirar aire puro y contemplar la naturaleza cuando se recorren sus numerosas y arboladas avenidas.

mexicodesconocido.com

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