sábado, 4 de junio de 2011

LA MUJER Y EL REBOZO


El rebozo, producto del mestizaje, forma parte de la indumentaria actual, es una prenda característica de la mujer mexicana. El rebozo es un lienzo rectangular con el que se cubre el cuerpo y la cabeza. Se emplea para transportar a los hijos pequeños o para llevar en él otras cargas. Es una prenda de lujo en muchos lugares, se usa para fiestas y celebraciones especiales, como complemento del traje.

Fray Diego Durán, los menciona por primera vez en el Siglo XVI diciendo que: en Oaxaca se tejían rebozos con trama de algodón y seda". A estas prendas, ya elegantes, se les incorporaron hilos metálicos y otros ornamentos acordes a la opulencia con que se vestían las criollas adineradas de la época.

Ésta es una de las prendas sobre las que se dictaron leyes y ordenanzas: en 1757 se legisló sobre el tamaño, tejido, clase de hilo y diseño. Se nombró a la Virgen de las Angustias como Patrona de las reboceras. Los rebozos más tradicionales eran los de Sultepec, donde se tejían en telar de cintura, hacia el año de 1573, cuando Diego Cortés Chimalpopoca era el cacique. En Puebla se hacían los famosos rebozos dorados de tafetán, en Saltillo los que se decoraban con diseños llamados “dientes de sierra”, al estilo de los sarapes.

Los rebozos, al igual que las demás prendas tienen signos distintivos dependiendo de la comunidad que los confecciona y utiliza. Los purépechas llevan franjas en dos tonos de azul con flores de artisela. Los zapotecas son lisos y llevan flecos. Los nahuas del norte de Veracruz y de Puebla son de lana teñida con tintes naturales y bordados con el mismo material en punto de cruz.

Los rebozos clásicos se elaboran con algodón, seda o artisela. Su decoración consiste en un jaspeado por medio del ikat o jaspe, antigua técnica que emplea un tinte de reserva. Antes de sumergir en el colorante el hilo que se va a usar, se amarra por tramos para que estas partes del material no se impregnen del tinte y conserven el color original de la fibra. Al momento de tejer, el material que quedó entintado de forma irregular, le da al lienzo el efecto veteado o jaspeado.

Cuando la tejedora termina la confección en el telar de cintura, le corresponde a la amarradora o empuntadora darle el acabado final. Éste consiste en anudar y entrelazar los flecos que quedaron en los dos lados angostos del rebozo, y diseñar con ellos figuras que a veces incluyen palabras con algún tierno pensamiento. Este tipo de prendas, costosas y elegantes, las confeccionan actualmente las matlatzincas de Tenancingo y Tejupilco, Estado de México, las otomíes de Santa María del Río, San Luis Potosí, las purépechas de La Piedad, Zamora y Tanganícuaro, Michoacán y las nahuas de Chilapa, Guerrero.

También hay rebozos elaborados con seda de un solo color, de sorprendente belleza y elegancia. Desde 1951 existe la Escuela de Rebocería de Santa María del Río en San Luis Potosí, la cual se fundó para rescatar una tradición que se estaba perdiendo. Allí, no sólo practican con maestría la técnica del jaspe, sino que se hacen verdaderas obras de arte. Los rebozos de seda más finos, pasan por el ojo de una argolla de mujer.

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