miércoles, 4 de agosto de 2010

HERMOSO COYOACÁN


Coyoacán, al igual que otros antiguos pueblos aledaños a la entonces pequeña Ciudad de México de principios de siglo, como lo fueron Tacuba, Tacubaya, la Villa de Guadalupe, Tlalpan, Mixcoac, San Ángel, Xoco, Romita o Tlacoquemécatl, y los más cercanos a Coyoacán como Los Reyes, La Candelaria, San Antonio Coapa, Santa Úrsula y Xotepingo, fueron perdiendo sus fértiles parcelas mediante una sistemática y desorganizada urbanización, para así unirse a la gran metrópoli que los ha devorado. Lo mismo ha sucedido con los pequeños y pintorescos barrios coyoacanenses, otrora separados por sus productivas huertas y amplios maizales.

Cada uno de los ocho barrios que conforman Coyoacán tiene importantes templos construidos durante la época colonial, donde todos los años el día del santo patrono se celebran fastuosas fiestas pletóricas de ceremonias religiosas, procesiones, música, danzas, juegos mecánicos, fuegos piroténicos y la indispensable vendimia. Estos encantadores barrios, actualmente unidos por quebradas calles y angostos callejones, son poseedores de interesantes historias y fabulosas leyendas.

Podríamos imaginar cómo lucían hace menos de un siglo estos peculiares barrios. Empecemos por el barrio de la Concepción con su pequeña plaza de La Conchita y su churrigueresca y bella capilla, vigilada celosamente muy de cerca por la célebre Casa de La Malinche, entre abundantes y límpidos riachuelos nacientes del manantial de Los Camilos, con sus animados lavaderos de ropa, sitio donde proliferaban los ahuehuetes.

Los barrios de San Lucas y San Mateo, surcados por serpenteantes y cantarinos arroyuelos, con sus tupidos maizales y amplios llanos para la cría de ganado. El de Santa Catarina con su templo dedicado a Santa Catarina Mártir y su pequeña plaza rodeada -como hasta ahora- de conventos y de grandes mansiones. Los de El Niño Jesús y San Francisco con sus tortuosas callejuelas, montados sobre el negro pedregal -ardiente erupción del Xitle- actualmente separados del centro de Coyoacán por la avenida Miguel A. de Quevedo, donde lucen las desnudas, provocativas y bañadas esculturas de Gabriel Ponzanelli.
El pequeño y recóndito barrio de San Antonio con su pequeña y misteriosa capilla de San Antonio Panzacola que perteneció a los frailes carmelitas, situada junto al pintoresco puente de piedra sobre el río Magdalena. Por último, el barrio de Churubusco con su histórico Convento de los Dieguinos, al que llegaba la importante calzada de Iztapalapa. Antes de la época colonial este lugar era una pequeña isla que los indígenas llamaron Teopanzolco, punto donde se juntaban la Laguna de México y el Lago de Xochimilco.

Muchos de estos barrios están unidos por la antigua Calle Real, llamada después Santa Catarina, posteriormente Benito Juárez y ahora Francisco Sosa; la que empieza en el puente de Panzacola y termina en la actual plaza Hidalgo. Por largo tiempo fue recorrida por un tranvía que comunicaba al barrio de San Ángel con el de Churubusco; el cual era arrastrado primero por mulas y más tarde impulsado eléctricamente. Otra calle principal que une otros barrios coyoacanenses es la de La Higuera, que comunica la plaza Hidalgo con la plaza de La Conchita.

Describir el atractivo, populoso y colonial barrio de Coyoacán, el lugar más festivo y jovial de la Ciudad de México, no es tarea fácil. Su apacible, poética e inspiradora apariencia durante el transcurso de la semana, hace contraste con el abigarrado ambiente de sábados, domingos y días festivos en su plaza Hidalgo y Centenario.
Al caminar por el antiguo atrio y camposanto del tempo de San Juan Bautista encontramos al frente una sencilla cruz atrial; a la izquierda una gran estatura del cura Miguel Hidalgo, y en su parte posterior la interesante escultura labrada sobre un tronco de árbol llamadaLa Familiade Antonio Álvarez Portugal y Josué. A un lado está el quiosco, siempre rodeado de palomas.

Al cruzar la calle de Carrillo Puerto, que divide el atrio en dos, se encuentra la bullente fuente de Los Coyotes. La plaza está flanqueada al norte por el edificio que alberga la sede delegacional del Distrito Federal(mal llamado Palacio de Cortés, ya que es posterior a la época colonial y nunca vivió allí el conquistador); al sur, por la imponente construcción del templo de San Juan Bautista; al poniente, por los restos de su portada atrial en piedra labrada, justo enfrente de la calle de Francisco Sosa, donde en medio de gran profusión de postes se esconde la interesante fachada de la casa de Diego de Ordaz.

Miles de paseantes provenientes de todos los rumbos de la ciudad, ávidos de distracción, se reúnen los fines de semana en esta gran plaza para gozar de su sano ambiente. Para reír con Moi, Ramón, Pedro y Gabo, bromistas y atrevidos mimos; para jugar con el simpático Miko; o para aclarar dudas amorosas con “El Pollo”, hábil y meloso quiromántico que compite con “Chispita” y “Estrellita”, amaestrados pajaritos, lejanos parientes de elegantes canarios.

También puede ocurrir que nos encontremos con las mecánicas estatuas vivientes; que decidamos escuchar a los narradores orales de la pequeña plaza de Santa Catarina, o simplemente visitar el Mundo Subacuático, y a través de él sumergirnos en lejanos mares y admirar su colorida fauna.
En estos jardines coyoacanenses también podemos adquirir artesanías; comprar los abalorios de chaquira y las muñequitas de trapo que confeccionan diestras manos indígenas; encontrar, en la librería de la plaza, el libro o el disco más reciente, y observar la asombrosa habilidad de los pintores del spray. Junto a la capilla abierta del antiguo templo dominico-franciscano, se exhiben algunas vistosas pinturas, paisajes que oscilan entre arte y artesanía.

A muchos visitantes no les molesta formar una fila con tal de poder saborear las deliciosas nieves y helados o las refrescantes aguas -hechas de jugosas frutas de la estación- que se expenden en las cada vez más numerosas neverías. Algunos prefieren comprar el caldocito esquite y los quemados elotes asados o cocidos, aderezados con crema, mayonesa, jugo de limón, queso rallado, chile en polvo y sal. A otros les gustan más las tradicionales gorditas de la Villa, envueltas en colorido papel de china, Las sabrosas alegrías, aglutinadas con miel de abeja y asperjadas con nueces y pasitas; las obleas de harina, con el exquisito sabor que les da miel y las pepitas de calabaza, o los ligeros, multicolores y cada más pequeños algodones de azúcar.
En Coyoacán hay varios restaurantes y cafeterías para todos los gustos. Unos son medio callejeros, otros se encuentran en antiguas construcciones que han sido remodeladas para tal fin, como el conocido restaurante situado en el lugar que ocupó hace muchos años el histórico cine Centenario. La mayoría de estos sitios son bastante concurridos por intelectuales, turistas nacionales y extranjeros, y por los capitalinos.
Abundan las taquerías y torterías, donde se sirven sabrosas y delgadas flautas, gordas tortas compuestas, pambazos enchilados y refrescante tepache. Rebulle, al atardecer, en el arranque de la calle de la Higuera, el mercadito de fritangas con su gran variedad de quesadillas —que no son sólo de queso—, sopes, tostadas, pozoles y tamales; son de admirar los humanoides o animalescoshot cakesque Rogelio diseña artísticamente al gusto del comensal.

Texto: Enrique Salazar Híjar y Haro.

2 comentarios:

  1. Marisa: Mi bisabuelo tuvo una propiedad en Coyoacan llamada La Quinta de los Olivos, ahi nació mi abuela. Se que la tiraron y me gustaria saber en donde estaba pero no tengo la dirección. Me podrías orientar en dónde buscar?
    Gracias
    Vivian

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  2. Hola Vivian. Estoy casi como tú y no creo poder orientarte bien, yo lo fui sacando a fuerza de investigar a través de internet. Es difícil, los nombres de las calles la mayoría cambiaron y llegas a un punto que desesperas,llevo buscando información desde un principio sobre una fábrica en Puebla y ya no se por donde buscar. Siento en el alma no poder ayudarte amiga.

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