En México la tradición de Día de Muertos es muy antigua. Desde hace aproximadamente 3000 años, algunas civilizaciones indígenas como los aztecas, rendían culto a sus muertos en un festival anual que duraba alrededor de un mes. Esta celebración se llevaba a cabo en el noveno mes del calendario solar azteca, mismo que hoy correspondería a nuestro mes de agosto.
Cuando los españoles llegaron a México en el siglo XVI, los frailes evangelizadores intentaron convertir a los indios al cristianismo. Entre las tradiciones que trajeron al Nuevo Mundo se Fieles Difuntos.
De esta manera, los españoles comenzaron a festejar dichas fiestas cristianas, pero incorporando en ellas elementos de la fiesta prehispánica para festejar a los muertos. Fue así que surgieron los altares de muertos que los mexicanos del siglo XXI siguen levantando para honrar a sus difuntos. Algunos elementos indígenas presentes en las ofrendas del Día de Muertos son el copal, los platillos tradicionales como la calabaza en piloncillo, los tamales, las tortillas y las flores de cempaxochitl; por su parte, los elementos que provienen de la cultura cristiana e hispánica son las veladoras, las imágenes de santos o el pan de muerto que se incorporó cuando los españoles introdujeron el trigo en América, y el cual vino a sustituir los cráneos de seres humanos que solían exhibirse en los altares prehispánicos.
La figura más importante de los altares u ofrendas de Día de Muertos es La Catrina, un esqueleto vestido de mujer que simboliza a la muerte. Este personaje también surgió a partir del mestizaje cultural entre las tradiciones prehispánicas y las occidentales. Durante el siglo XIV las numerosas guerras y la aparición y propagación de la peste negra por toda Europa originaron una nueva cultura hacia la muerte. La presencia de la misma era una constante en la vida cotidiana y así, los seres humanos comenzaron a verla con familiaridad y cercanía. El contacto cotidiano con la muerte comenzó a manifestarse en las danzas macabras, lo mismo que en muchas pinturas. En ellas la muerte se personificaba y representaba en la figura de un esqueleto que, guadaña en mano, venía a la tierra para llevarse a todo aquel que se le pusiera enfrente, ya fuera rico o pobre, noble o plebeyo.
Los frailes que llegaron al Nuevo Mundo en el siglo XVI trajeron consigo a este personaje, mismo que se mezcló con la deidad prehispánica Mictecacíhuatl, la “Dama de la Muerte,” para dar origen a “la Catrina.” En el siglo XIX, esta singular mujer fue inmortalizada en los grabados del artista mexicano José Guadalupe Posada.
Actualmente, los mexicanos siguen la tradición de poner altares de muerto en la sala de sus casas en honor a algunos de sus difuntos más queridos. Estas ofrendas se levantan para que los parientes, los amigos y sobre todo, los propios difuntos honrados con dichos altares los visiten. Es por este motivo que el altar de muerto debe contener, entre otras cosas, la fotografía de la persona a quien se quiere recordar, los platillos y objetos que ésta disfrutó en vida, agua para calmar su sed, velas para alumbrar su camino, flores de cempaxóchitl, sal, calaveritas de azúcar, pan de muerto, alguna bebida alcohólica como aguardiente o mezcal, copal e incienso, así como algunas imágenes religiosas.
Otra tradición importante que se realiza durante esta fiesta es la de escribir versos festivos llamados “calaveritas”, en los que se describe en forma graciosa la futura muerte de algún amigo o familiar. En México, los días 1 y 2 de noviembre son días de fiesta en los que los panteones se llenan de personas que desean recordar a sus muertos. Durante dicha celebración, los mexicanos visitan a sus difuntos y les llevan flores, comida, música de mariachi y todo aquello que pudo hacerlos felices en vida. En lugares como Mixquic, muy cerca de la ciudad de México y la isla de Janitzio, en el estado de Michoacán, miles de visitantes se dan cita para disfrutar de una fiesta llena de sabor y colorido.
(tides.sfasu.edu)
Cuando los españoles llegaron a México en el siglo XVI, los frailes evangelizadores intentaron convertir a los indios al cristianismo. Entre las tradiciones que trajeron al Nuevo Mundo se Fieles Difuntos.
De esta manera, los españoles comenzaron a festejar dichas fiestas cristianas, pero incorporando en ellas elementos de la fiesta prehispánica para festejar a los muertos. Fue así que surgieron los altares de muertos que los mexicanos del siglo XXI siguen levantando para honrar a sus difuntos. Algunos elementos indígenas presentes en las ofrendas del Día de Muertos son el copal, los platillos tradicionales como la calabaza en piloncillo, los tamales, las tortillas y las flores de cempaxochitl; por su parte, los elementos que provienen de la cultura cristiana e hispánica son las veladoras, las imágenes de santos o el pan de muerto que se incorporó cuando los españoles introdujeron el trigo en América, y el cual vino a sustituir los cráneos de seres humanos que solían exhibirse en los altares prehispánicos.
La figura más importante de los altares u ofrendas de Día de Muertos es La Catrina, un esqueleto vestido de mujer que simboliza a la muerte. Este personaje también surgió a partir del mestizaje cultural entre las tradiciones prehispánicas y las occidentales. Durante el siglo XIV las numerosas guerras y la aparición y propagación de la peste negra por toda Europa originaron una nueva cultura hacia la muerte. La presencia de la misma era una constante en la vida cotidiana y así, los seres humanos comenzaron a verla con familiaridad y cercanía. El contacto cotidiano con la muerte comenzó a manifestarse en las danzas macabras, lo mismo que en muchas pinturas. En ellas la muerte se personificaba y representaba en la figura de un esqueleto que, guadaña en mano, venía a la tierra para llevarse a todo aquel que se le pusiera enfrente, ya fuera rico o pobre, noble o plebeyo.
Los frailes que llegaron al Nuevo Mundo en el siglo XVI trajeron consigo a este personaje, mismo que se mezcló con la deidad prehispánica Mictecacíhuatl, la “Dama de la Muerte,” para dar origen a “la Catrina.” En el siglo XIX, esta singular mujer fue inmortalizada en los grabados del artista mexicano José Guadalupe Posada.
Actualmente, los mexicanos siguen la tradición de poner altares de muerto en la sala de sus casas en honor a algunos de sus difuntos más queridos. Estas ofrendas se levantan para que los parientes, los amigos y sobre todo, los propios difuntos honrados con dichos altares los visiten. Es por este motivo que el altar de muerto debe contener, entre otras cosas, la fotografía de la persona a quien se quiere recordar, los platillos y objetos que ésta disfrutó en vida, agua para calmar su sed, velas para alumbrar su camino, flores de cempaxóchitl, sal, calaveritas de azúcar, pan de muerto, alguna bebida alcohólica como aguardiente o mezcal, copal e incienso, así como algunas imágenes religiosas.
Otra tradición importante que se realiza durante esta fiesta es la de escribir versos festivos llamados “calaveritas”, en los que se describe en forma graciosa la futura muerte de algún amigo o familiar. En México, los días 1 y 2 de noviembre son días de fiesta en los que los panteones se llenan de personas que desean recordar a sus muertos. Durante dicha celebración, los mexicanos visitan a sus difuntos y les llevan flores, comida, música de mariachi y todo aquello que pudo hacerlos felices en vida. En lugares como Mixquic, muy cerca de la ciudad de México y la isla de Janitzio, en el estado de Michoacán, miles de visitantes se dan cita para disfrutar de una fiesta llena de sabor y colorido.
(tides.sfasu.edu)
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