martes, 8 de febrero de 2011

MOCTEZUMA

De como se hacía servir Motezuma:

Tenía dos géneros de guardias: una de gente militar y tan numerosa, que ocupaba los patios y repartía diferentes escuadrones a las puertas principales; y otra de caballeros cuya introducción fue tambien de su tiempo; constaba de hasta doscientos hombres de calidad conocida; y éstos entraban todos los días en palacio con el mismo fin de guardar a la persona real y asistir a su cortejo. Estaba repartido por turnos con tiempo señalado este servicio de nobles, y se ibam mudando con tal disposición, que comprendía toda la nobleza, no solo de la ciudad, sino del reino; y venían a cumplir con esta obligación cuando les tocaba el turno desde las ciudades más remotas.

Sus audiencias no eran fáciles ni frecuentes; pero duraban mucho, y se adornaba esta función de grande aparato y solemnidad. Asistían a ellas los próceres que tenían entrada en su cuarto: seis o siete consejeros cerca de la silla, por si ocurriese alguna materia digna de consulta; y diferentes secretarios que iban anotando con aquellos símbolos que le servían de letras las resoluciones y decretos, cada uno según su negociación.

Entraba descalzo el pretendiente y hacía tres reverencias sin levantar los ojos de la tierra, diciendo en la primera Señor, en la segunda mi Señor, y en la tercera gran Señor. Hablaba en acto de mayor humillación, y se volvía después a retirar por los mismos pasos, repitiendo sus reverencias sin volver las espaldas, y cuidando mucho de los ojos, poque había ciertos ministros que castigaban luego los menores descuidos; y Motezuma era observantísimo en estas ceremonias.

Escuchaba con atención, y respondía con severidad, midiendo al parecer la voz con el semblante. Si alguno se turbaba en el razonamiento, le procuraba cobrar, o le señalaba uno de los ministros que le asistían para que le hablase con menos embarazo; y solía despacharle mejor, hallando en aquél miedo respectivo, lisonja y discreción.

Comía solo, y muchas veces en público; pero siempre con igual aparato. Cubríanse los aparadores ordinariamente con más de doscientos platos de variados manjares a la condición de su paladar; y alguno de ellos también sazonados, que no sólo agradaron entonces a los españoles, pero se han procurado imitar en España.

Antes de sentarse a comer registraba los platos, saliendo a reconocer las diferencias de regalos que contenían; y satisfecha la gula de los ojos, elegía los que más le agradaban, y se repartían los demás entre los caballeros de su guardia: siendo esta profusión cotidiana una pequeña parte del gasto que se hacía de ordinario en sus cocinas, porque comían a su costa cuantos habitaban en palacio, y cuantos acudían a él por obligación de su oficio.

La mesa era grande, pero baja de pies, y el asiento un taburete proporcionado. Los manteles de blanco y sutil algodón, y las servilletas de lo mismo, algo prolongadas. Atajábase la pieza por la mitad con una baranda o biombo, que sin impedir la vista, señalaba el término al concurso y apartaba la familia. Quedaban dentro cerca de la mesa tres o cuatro ministros ancianos de los más favorecidos, y cerca de la baranda uno de los criados mayores que alcanzaba los platos. Salían luego hasta veinte mujeres vistosamente ataviadas que servían la vianda, y ministraban la copa con el mismo género de reverencias que usaban en sus templos.

los templos eran de barro muy fino, y sólo servían una vez, como los manteles y servilletas, que se repartían luego entre los criados. Los vasos de oro sobre salvas de lo mismo; y algunas veces solía beber en cocos y conchas naturales costosamente guarnecidas. Tenía siempre a la mano diferentes géneros de bebidas, y el señalaba las que más apetecía; unas con olor, otras de hierbas saludables, y algunas confecciones de menos honesta calidad.
çUsaba con moderación de los vinos o mejor diríamos cervezas que hacían aquellos indios, liquidando los granos de maíz por infisión y cocimiento: bebida que turbaba la cabeza como el vino más robusto. Al acabar de comer tomaba ordinariamente un género de chocolate a su modo, en que iba la sustancia del cacao, batida con el molinillo, hasta llenar la jícara de más espuma que licor; y después el humo del tabaco suavizado con liquidámbar; vicio que llaman medicina, y en ellos tuvo algo de superstición, por ser el zumo de esta yerba uno de los ingredientes con que se aumentaban y se enfurecían los sacerdotes siempre que necesitaban de perder el entendimiento para entender al demonio.

Despues del rato de sosiego solían entrar sus músicos a divertirle; y al son de flautas y caracoles, cuya desigualdad de sonidos concertaban con algun genero de consonancia, le cantaban diferentes composiciones en varios metros que tenían sus números y cadencia. El ordinario asunto de sus canciones eran los acaecimientos de sus mayores, y los hechos memorables de sus reyes; y éstas se cantaban en los templos, y enseñaban a los niños para que no se olvidasen las hazañas de su nación.
Tenían también sus cantinelas alegres, de que usaban en sus bailes con estribillos y repeticiones de música más bulliciosa, y eran tan inclinados a este género de regocijos, y a otros espectáculos en que se mostraban sus habilidades, que casi todas las tardes había fiestas públicas en alguno de los barrios, unas veces de la nobleza, y otras de la gente popular. La más señalada entre sus fiestas era un género de danzas que llamaban mitotes: componíase de innumerable muchedumbre;unos vistosamente adornados, y otros en trajes y figuras extraordinarias.

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